lunes, 17 de noviembre de 2008

Ruinas

Sigo sin acostumbrarme al frío del invierno
ahora cae la lluvia eterna
en las horas interminables en las que me encuentro
y para ti es el momento de decir adiós.

El aire no da para más que un aliento
y las puertas se han cerrado,
roto queda todo lo demás
envuelvo en ruinas,
ahora sólo me queda la vida sin ti.

El amanecer sigue existiendo
pero yo no puedo verlo desde el cajón
en el espacio blanco que me queda
entre el primer asalto y las penas
que cuelgan en el balcón.

Estoy mejor corroído entre esperanza,
epílogo del viento que no va ningún lugar
todo convertido en ruinas,
en la habitación no hay nada más allá
que un mar hecho trizas en dos días.

Me he acostumbrado a las piedras
que hay en el camino
y ahora paseando me parece
que no puedo dejar huellas otra vez,
sólo ver como anochece.

El aire no da para más que un aliento
y las puertas se han cerrado,
roto queda todo lo demás
me veo envuelto en ruinas,
y ahora sólo me queda la vida sin ti.

Si lo lees y sientes algo...

Escribir sin pensar tiene muchas cosas.

Escribir sin pensar escuchando canciones, nuestras canciones, tiene muchas más cosas.

Tiene, por ejemplo, la magia de trasladarme a noches a las 7.45 de la mañana, cuando el sol salía y nosotros salimos de la madriguera, cuando un tren se alejaba y los mensajes nos acercaban. Nos acercaban tanto que en mi cama seguía tu perfume, el olor de tu pelo y el calor de tu cuerpo, el calor del cuerpo que me había abrazado, me había querido bajo sábanas que nos arroparon entre conversaciones en las que tú y yo éramos lo único que importaba. Tiene la magia de trasladarme a un coche por la M-30, canciones a medias, miradas de cariño, unas gafas de sol ajenas a través de las que me miraste por primera vez. Unos ojos desnudos con los que nos miramos y nos dijimos todo, y el primer "te quiero" ya grabado a fuego para siempre, el silencio que compartimos en las despedidas en andenes, los cigarros robados, fumados a medias, los besos robados que tanto deseo. Tiene la magia de hablar de tantas cosas que no me acuerdo ni de la mitad, tú siempre tuviste mejor memoria que yo para esas cosas. Y yo no me acuerdo de palabras, pero sí de sentimientos, de un nudo en el estómago, de un corazón que está fuera de mí y dentro de ti, que no quiero recuperar porque está mejor contigo. Escribir sin pensar tiene esto, que no relacionas ideas cronológicamente, y ahora recuerdo una situación dura que se volvió preciosa con el sonido de tu voz, mientras cantábamos que amanecimos charlando con cara de locos, que se cruzaron miradas aún sabiendo lo que había en ti y creo que nos dijimos algo, algo que las palabras no podían expresar. Porque los ojos, tus ojos, hablaron esa noche. Quiero que me vuelvan a hablar esos ojos, y para eso sólo necesito mirarlos.
Y no me cuesta decir que estoy esperando esa noche en la que volvamos a compartir la cama, dormir a tu lado y despertarme, poder volver a despertarme antes que tú para mirarte dormida, para escuchar tu respiración mientras oigo dentro de ti dos latidos, y en mí la sangre vuelva a fluir tan viva como antes. Porque quiero volver a bailar contigo bajo la lluvia, sea en el rincón más frío de la tierra o donde quieras.

Porque contigo nada más importa.

domingo, 15 de junio de 2008

12.54

12.54

Nada.

Volví a abrir el cajón de la mesa de mi escritorio. Seguía vacía.
Lo cerré, tan enfrascado en mi enfado que no me di cuenta de que el borde del cajón se había agrietado por la fuerte sacudida.

– ¡No puede ser! – grité, aunque nadie estaba allí para oírme. Sin darme cuenta cada vez me estaba poniendo más nervioso.

– Vamos a ver... Las cosas no se desvanecen así como así, ¿no? – mi nerviosismo aumentaba por momentos.

Miré de nuevo dentro del cajón, sintiéndome inmensamente estúpido. ¿Cómo iba a estar ahí, si ya había mirado varias veces antes y no estaba?

– Esto me supera, - dije.

– Joder, estoy hablando solo – dije en alto una vez más.

Si hubiese habido alguien en ese momento allí mirando, habría pensado que estaba loco. Y no era para menos. Cualquiera que me viera... Un tío solo completamente en la buhardilla de una casa, gritándole al viento “¡No puede ser!”, ¡No está!” y cosas por el estilo... habría pensado de todo.
Pero no es el caso. A decir verdad, me alegro, pues nunca había “hablado solo”. Bueno, mejor dicho “en alto”. Era la primera vez que me pasaba. Pero es que no era para menos; si alguien se enterara de que lo había perdido no sé que hubiera hecho.

Miré el reloj.

Las 12:54

– Perfecto – pensé. No ha pasado ni una hora y ya lo he perdido. Cualquiera que me viera...

En estos momentos es cuando valoras de verdad las cosas. Sobre todo esta clase de cosas. ¡Imagínate perder algo como esto! Si te pones a pensarlo por un momento, se te revuelven las tripas, como me pasaba a mí en ese momento.

Cuando por fin dejé de pensar todas estas gilipolleces, volví a mirar en el cajón. Sí, sé que las dos primeras veces que miré no estaba, pero no sé... por probar otra vez más...

Volví a abrir el cajón de la mesa de mi escritorio. Seguía vacía.
Lo cerré, tan enfrascado en mi enfado que no me di cuenta de que el borde del cajón se había agrietado por la fuerte sacudida.

– ¡No puede ser! – grité, aunque nadie estaba allí para oírme. Sin darme cuenta cada vez me estaba poniendo más nervioso.

– Vamos a ver... Las cosas no se desvanecen así como así, ¿no?





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[ Siempre quise escribir algo sobre cosas que se pierden y no se encuentran. Cosas que, por más que las buscas, nunca llegan a aparecer. Y, si aparecen, están en el sitio más inesperado. Siempre quise escribir algo sobre cosas que se pierden... y bucles infinitos. Luis Ullán.]




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